Comentario
La implantación del manierismo, derivación del italiano, se inicia en Castilla con la obra de Berruguete y la de Juni, se consagra en los retablos de Briviesca y de Astorga de Becerra, pero no se difunde en la generalidad de sus escultores hasta pasados los años medios del siglo en dos direcciones fundamentales, la florentina de finas figuras estilizadas de suaves movimientos helicoidales, y la romana miguelangelesca, exaltación definitiva del cuerpo en esfuerzo contenido pugnando por liberarse de sus límites espaciales, que confiere a las composiciones su específico dinamismo, cuyo mejor representante, Anchieta, lo introducirá en la región vasconavarra después de su escasa obra en Castilla.
Junto a las escuelas de Valladolid y Toledo y las andaluzas de Sevilla y Granada, que en el transcurso de los años de esta centuria se vivifican con el éxodo de los artistas de aquéllas, fundamentalmente la toledana, surge en torno a la Corte, con capitalidad estable en Madrid desde el año 1561, un foco cortesano ocupado primordialmente en la magna obra del monasterio de El Escorial, menos en otras residencias reales, que atrae de nuevo a escultores italianos que como los Leoni impondrán técnicas nuevas, como la del bronce, en los grandes monumentos sepulcrales de aquel monasterio, un cierto idealismo clasicista que también propugna la Iglesia de la Contrarreforma y nuevos géneros como el del retrato en bronce y mármol, prácticamente inédito y sin continuación en lo castellano. En esta línea, con mayor tendencia al realismo en sus fuertes figuras de expresivos rostros, Juan Bautista Monegro lucirá sus dotes en las colosales figuras en piedra, en la fachada del patio de los Reyes y fuente del claustro, en El Escorial.
La escultura castellana extiende su radio de acción a las regiones de las dos Castillas y a algunas provincias andaluzas que como Granada y Jaén aparecen en su órbita en ciertos períodos de esta centuria por diversas causas. No obstante, Andalucía en su conjunto, con Sevilla como centro principal, pionera de la importación de mármoles genoveses, desarrolla su escultura de forma independiente, aun cuando a mediados de siglo se nutre de escultores castellanos.
Su especial esplendor y las vías de difusión artísticas, condicionadas a la protección de patrones poderosos, facilitó su expansión, de forma esporádica, a otras regiones como las vascas o las gallegas y en algún caso, muy pocos, a Aragón y Cataluña que desarrollaron su renacimiento a espaldas de Castilla o La Rioja.
Se mantienen los géneros escultóricos tradicionales al servicio del culto, fundamentalmente retablos cuya estructura irá evolucionando en tanto que la escultura funeraria cobra nuevo auge por ser uno de los campos artísticos en los que la estética renacentista puede reflejar el sentido humanista que la informa, de exaltación individual, compaginando en las superficies de los monumentos la decoración que refleja el sentir religioso del tránsito a la vida futura con el recuerdo de los hechos gloriosos de la vida pasada.
La escultura del siglo XVI es primordialmente religiosa pero inicia tímidamente el empleo de temas mitológicos cristianizados, como los del ciclo de Hércules, incluso en obras de fines religiosos pero, con la excepción de algunas obras importadas, pensadas para decoraciones palaciegas o de sus jardines en fechas ya avanzadas del siglo XVI, puede decirse que apenas existe la escultura profana como género independiente aunque tengan este carácter, por ejemplo, los bellos medallones de la decoración plateresca. El retrato, salvo la representación de Cisneros y de Nebrija y su desarrollo en la medallística, se impondrá a finales de siglo con la obra de los Leoni. Es, sin embargo, muy profuso el uso de los fantásticos grutescos en los que la imaginación de nuestros escultores produjo obras tan bellas como la decoración de la Escalera Dorada de la catedral de Burgos, de Diego de Siloe, o los dinámicos temas marinos
que decoran el basamento de la Transfiguración de Berruguete en la catedral de Toledo. En ellos parece que el artista se libera de la imposición de las normas y del cliente dando rienda suelta a su creatividad.